Discorso del Presidente Arias all’inaugurazione della mostra di Andrea Mantegna in Costa Rica
Amigas y amigos:
Exactamente 434 años después de la muerte de Andrea Mantegna en Mantua, ocurrida el 13 de septiembre de 1506, nació en Heredia un chiquillo tan curioso como tímido, que habría de encontrar en los frescos y los altares del gran renacentista italiano, la más conmovedora expresión de la pintura universal. El encuentro entre aquel chiquillo, que coyunturalmente es hoy Presidente de la República, y un pintor desaparecido mucho tiempo atrás, dos seres separados por cuatro siglos y un océano, es un hecho que se explica por la suma de muchas coincidencias: la biblioteca de mi padre, en donde abundaban los libros de arte; la oportunidad que disfruté, desde mi juventud, de viajar a otros países y visitar sus museos; la carrera política que construí, que habría de llevarme a destinos inimaginables; y la infinita suerte de contar con buenos amigos, en todas partes del mundo, que han sido indulgentes con mi afán por conocer cada vez más sobre mi pintor favorito.
La historia se estudia cronológicamente por comodidad. Los libros y los diarios nos relatan eventos ocurridos en forma lineal. Pero esa línea tiene pasadizos y puertas secretas. Uno puede colarse en una hendija rumbo a otras épocas y otras vidas, a través de las distintas manifestaciones artísticas. Homero es un portal hacia la Grecia Antigua. Las miniaturas en los manuscritos de las bibliotecas medievales, son el ojo de la cerradura desde el que vemos los usos y costumbres de una edad cargada de cánones. El David de Donatello es un túnel hacia el esplendor del Renacimiento, así como Don Giovanni de Mozart nos transporta a un clasicismo de vestidos pomposos y noches bohemias a la luz de las velas.
Esos portales existen en cada obra del arte universal. Existen para aquél que esté dispuesto a viajar en el tiempo. Hace un par de años, un periodista me preguntó en cuál momento y lugar me habría gustado vivir, de haber tenido la oportunidad de escoger. No dudé dos segundos en contestarle que me habría fascinado nacer en la Italia del Renacimiento. ¿Qué no daría por ver la cúpula de la catedral de Florencia cuando apenas se estaba construyendo? ¿Qué no pagaría con tal de ver un Da Vinci o un Botticelli de colores intactos? ¿Qué no habría entregado a cambio de una copia de la primera edición del Decamerón de Boccaccio? ¿Qué no habría soportado por ver a Miguel Ángel dar el toque final a La Piedad? Y sobre todo ¿qué no habría sacrificado con tal de sentarme una tarde, bajo el sol mantuano, a observar a Mantegna dibujar con sus pinceles los trazos del San Sebastián o de El Cristo Muerto?
Si hubiera tenido esa suerte, habría recorrido con asombro las galerías de los palacios de la familia Gonzaga. Me habría escondido en un rincón de la Cámara de los Esposos, a admirar durante horas los murales recién pintados. Le habría pedido a mi amigo Andrea que me presentara a su cuñado, Giovanni Bellini, y juntos habríamos conversado por los campos que alguna vez recorriera Virgilio.
¡Y cómo me habría gustado, también, traer a Mantegna a nuestro siglo! ¡Cómo me habría gustado que supiera cuán famoso fue su nombre y cuán admirado fue su talento! ¡Cómo me habría gustado que nos acompañara esta noche, en sus trajes lombardos, y que fuera él quien nos leyera el contenido de estas cartas que escribía a sus mecenas!
Pero como nada de esto es posible, al menos puedo brindar hoy a Andrea Mantegna una pequeña deferencia: puedo promover sus obras en mi país y en mi región. Puedo decirle a cada persona que me tope en estos días, que ha venido a esta universidad una muestra de lo mejor que la creatividad humana ha producido en milenios de existencia. Puedo invitar a todos los costarricenses a venir a asomarse a estas hendijas, a mirar hacia el pasado por el ojo de la cerradura, y ver el mundo maravilloso de la Italia renacentista.
Gracias por darme esta oportunidad, gracias por traer estas obras, gracias por permitirme, una vez más, perderme en los pasillos de la imaginación.
Amigas y amigos:
He mencionado la indulgencia de mis amigos como uno de los factores que han alimentado desde siempre mi pasión por el arte. Esta noche me siento consentido por ustedes, por todos los que trabajaron para hacer posible esta exposición que tan generosamente me han dedicado. Espero honrar este privilegio, si no con mis méritos, al menos con la profunda admiración que siento por este pintor y por su legado.
Expresiones de cariño como ésta me dan fuerzas para seguir en la ardua labor del Gobierno. Aún me quedan unos meses de trabajo al servicio del pueblo de Costa Rica. Daré en lo que resta mi mejor esfuerzo. Pero les mentiría si les digo que no anhelo volver a mi hogar, a mis viajes y a mis libros. Les mentiría si les digo que no anhelo volver a las galerías de los museos, en donde aprendí a ver el pasado a través de la mirilla del arte. Espero que, cuando acabe este tiempo, me reciban de vuelta en el mundo de los óleos y las poesías, en el mundo de las óperas y las esculturas. Porque a ese mundo pertenezco tanto o más que al mundo de la política.
Hace algunos años, tras un recorrido por el resguardado Corredor de Vasari, que comunica el Palazzo Vecchio con la Galeria Uffizi en Florencia, tuve la oportunidad de conversar largamente sobre arte con el alcalde de aquella ciudad, el señor Leonardo Domenici. Al final de nuestra conversación, me dijo sorprendido: “Presidente, usted es el primer político con quien no hablo de política durante mis atenciones de Estado”. ¡Y cuánto le agradecí que no lo hiciera!, ¡cuánto les agradezco a ustedes esta noche, que me hayan dado un respiro de mis labores habituales, y me hayan acogido en las filas del arte!
Me han dado una razón para seguir luchando. Me han colmado de ilusión y de alegría. Este niño tímido de Heredia les da las gracias, porque hoy me siento como si me escondiera en una esquina de la Cámara de los Esposos, a hacerle compañía a Andrea Mantegna, una tarde hace siglos.
Muchas gracias.